




-No te lo echaré, no,... -respondió esta vez la paloma-. No te lo voy a echar no, que con tu rabo rabino no se corta el pino, que el pino se corta con un hacha de acero fino.
La zorra se quedo estupefacta, asombrada, turulata, se quedó hecha polvo al ver que había sido descubierta, , que la paloma no le iba a echar ningún palomino.
-¿Quién te lo ha dicho? preguntó. Seguro que ha sido el torcazo dijo la zorra respondiendo ella a su propia pregunta. Y añadió:
-Ya me lo tragaré cuando vaya al charco.
Pasaron los días, la paloma siguió su vida criando a sus palominos y la zorra siguió con sus fechorías por aquí y por allá.
Estaba el torcazo una mañana bebiendo agua en la orilla del charco cuando se le acercó la zorra silenciosa. Silenciosa, muy en silencio, dio un salto tan largo y tan alto que atrapó de un bocado al torcazo. Lo atrapó y se lo quería comer.
-Para tragarme - dijo entonces el torcazo tienes que decir antes: -"Zarpa".
Eso creyó y quiso decir la zorra; solo que para decirlo tuvo que abrir la boca y esto lo aprovechó el torcazo para escapar volando mientras decía:
-El rabo se me escapa.
Y colorín colorado, este cuento casi ha acabado. Allí se quedó la zorra mirando, hambrienta, engañada, sin paloma ni palomino ni torcazo. Y es que,... afortunadamente... las zorras no saben aún volar, pues si volasen, este cuento sería de otra manera y acabaría de otro modo. Y colorado colorin, llego el fin.
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